Salvador Cosío Gaona
La antítesis de un Estado de derecho garante de la gobernabilidad, el orden y la paz social es el resultado de la simulación y dejo de un gobierno ungido en la ilegitimidad, producto de un atropellado y cuestionado proceso electoral que enfiló al Estado a una práctica impositiva cuestionada desde entonces, censurada después y reprochada hoy: la guerra de Felipe Calderón contra el crimen y la delincuencia.
A diez años del encuentro de México con la alternancia, la balanza se inclina en reconocer que el binomio PAN - gobierno defraudó con creces la expectativa social y el anhelo de una sociedad como bien la concibió Colosio, “con hambre y sed de justicia”; justicia entendida desde todos los ámbitos y con todas sus virtudes.
Los mismos que hace diez años nos dijeron que estábamos por vivir un “nuevo amanecer”, son los que hoy, con la quijada apretada y el ceño fruncido, nos obligan a participar en una guerra que como ciudadanos nunca impulsamos y nunca pedimos.
Este sexenio de sangre y fuego que ha magnificado la ineficiencia del Estado ante la evidente superioridad de criminales y delincuentes, ha provocado el deterioro generalizado del crecimiento y desarrollo, pese a los esfuerzos de otros órdenes de gobierno.
Es el Estado fallido; secuestrado por el miedo y la turbación social, el resultado de erráticas políticas y equivocadas acciones de un franco desgobierno que desde la federación se replica hacia estados y municipios panistas, como un símbolo inequívoco de una visión desordenada y carente de estrategias eficientes para enfrentar los problemas que presupone la función pública.
Gobernar es un ejercicio plural e incluyente, no un capricho alentado por una corta visión partidista que sigue buscando en prácticas ilegales como el espionaje y la guerra sucia la continuidad en el gobierno.
Son inadmisibles los acontecimientos funestos que a diario se dan cuenta en los medios de comunicación, son intolerables los índices de inseguridad que se han acentuado en todo el país, son reprochables los insuficientes esfuerzos de una autoridad rebasada por el crimen y la delincuencia, un Estado fallido, una tierra sin ley ni orden.
Es lamentable la muerte de todos los inocentes que han perecido en nuestra guerra no pedida, el asombro y la indignación se magnifica cuando se trata de personajes públicos, aunque el dolor de los deudos en todos los casos es equiparable.
Basta ya de muertos y de oportunismos políticos frente al duelo y las desgracias personales; basta de buscar beneficios en medio de la tragedia. De qué le sirve al gobierno federal lamentarse por los hechos de sangre que todos los días sacuden a este país, si lo que la sociedad exige a gritos son respuestas y soluciones, no discursos ni verborreas estériles.
Antes de buscar culpables y encabezar una guerra inútil de reclamos y declaraciones, lo más congruente sería saber, en el caso concreto de Tamaulipas, ¿a quién le beneficia la muerte del ex candidato a gobernador?
salvador.cosio@hotmail.com
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